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Marbella es tanto una tabula rasa como un palimpsesto. Puede ser cualquier cosa para cualquier persona. Puedes encontrarte con una estrella de rock por la mañana y con un miembro de la realeza europea por la tarde. No hay muchos lugares donde dos personalidades tan únicas puedan coincidir. Parafraseando a Churchill, es un caleidoscopio, envuelto en un mosaico, dentro de un crisol.

Fruto de sucesivas oleadas de visitantes que han dejado su huella a lo largo de los años, Marbella es un sitio de arqueología social donde generaciones han vivido vidas de ocio bañadas por el sol. Hoy en día, la imagen popular de Marbella puede ser la de una especie de Miami europea, pero basta con rascar esa reluciente superficie para volver a un tiempo en el que Marbella era un lugar mucho más sencillo.

Durante la década de 1950, era un pueblo tranquilo, polvoriento y tradicional. Hoy, el casco antiguo sigue siendo un encantador laberinto de calles, algunas tan estrechas que puedes tocar las rugosas paredes blancas a ambos lados. En Semana Santa, las solemnes y dramáticas procesiones religiosas serpentean por este laberinto de callejones y plazas, como lo han hecho durante generaciones. Sin embargo, lo que realmente llama la atención de Marbella es cuánto ha permanecido sin cambios. Figuras históricas estrechamente vinculadas con la costa —incluyendo, por supuesto, al Príncipe Alfonso von Hohenlohe— pueden haber pasado a la historia, pero su presencia perdura en quienes han venido tras ellos.

 

Con un texto narrativo personal del historiador y periodista Nicholas Foulkes, visitante habitual de Marbella desde hace años, este colorido volumen ilustra los variados aspectos de este pintoresco enclave: desde las montañas hasta las playas, desde el encantador casco antiguo hasta la glamurosa vida nocturna.